¿Cómo funcionamos? Actitudes y evoluciones en la organización

Hemos concentrado la exposición, en los posts anteriores, en torno a las organizaciones como conjunto. En este punto, creo que es necesario parar un momento y analizar, con claridad y brevedad según nuestro estilo, cómo funcionan las personas desde un punto de vista general, ya que ese funcionamiento será el mismo que revelarán dentro de una organización como miembros de ella.

 

zona-de-confort

Normalmente, en estado adulto, cualquier persona se sitúa en su zona de confort y evita salir de la misma por comodidad y seguridad, ya que, en ella, se disfruta de lo conocido, sea bueno o malo, y se controlan los niveles de satisfacción y aceptación social, es decir, se minimizan los riesgos individuales.

La zona de confort genera conformismo, indiferencia, desinterés, falta de compromiso y, en general, una total falta de implicación en cualquier cosa, actitudes sin valor ninguno para la persona y para la organización que integra.

Cuando viajamos, estudiamos, aprendemos idiomas o habilidades nos situamos en la zona de aprendizaje la cual interesa, motiva y emociona a los más arriesgados al abrirles expectativas a través del conocimiento y de nuevas experiencias.

Estas sensaciones son las que vive un niño la primera vez que pisa un charco. Sorprendido por el chapotear del agua repite la operación, las veces que haga falta, sin pensar en la humedad que le va a proporcionar, en los pies, esta divertida experiencia ni en sus consecuencias. Como una madre implicada detenga esa vivencia repentinamente a través de una reprimenda, forzará al niño a volver a su zona de confort interrumpiendo el proceso de aprendizaje y creando una tensión emocional, a través del miedo a la reprimenda, que reforzará, en la etapa adulta de ese niño, su deseo de permanencia en la zona de confort.

Pero, ¿qué ocurre cuando concluimos con éxito nuestros procesos de aprendizaje y sentimos esa satisfacción que nos impulsa a seguir profundizando en ese área? Pues, entonces, se produce una tensión creativa que nos lleva a nuestra zona mágica, así llamada por los que la conocen, o zona de pánico, según la denominan los que la temen desde su zona de confort. En esta zona mágica, la pasión por lo que se hace sustituye a todo los demás, nuestro cerebro funciona más rápido y fluido, se alcanza una concentración máxima y, en consecuencia, la productividad individual se dispara sin límite.

Pero volvamos a los pequeños. Todos hemos visto a alguno totalmente concentrado en su proceso de creación mientras realiza algún dibujo o alguna obra con plastilina. Hemos podido observar como, cuando su madre implicada pretende interrumpir su proceso creativo con una llamada a comer, por ejemplo, éste responde con total indiferencia ignorando la llamada. En ese momento, el niño está disfrutando de la creación y se halla situado en su zona mágica, donde el hambre, las obligaciones, los horarios y, en definitiva, las pequeñeces sociales y mundanas, no existen.

En ese momento, la madre implicada puede decidir entre dejar a su pequeño vivir esa experiencia mágica o volver a crear esa tensión emocional basada en el miedo que interrumpirá tan satisfactorio proceso y volverá a situar al niño en su zona de confort, reforzando la idea de la permanencia eterna en la misma. Qué pena que la más común de las decisiones sea esta última cuando todos tenemos claro que la creatividad y el talento son la base sobre la que se asienta nuestra evolución.

Un ejemplo claro de personaje continuamente situado en su zona mágica es Salvador Dalí. El artista conocía el placer que le proporcionaba la creación que se negaba a abandonar esa magia. Incluso durante las entrevistas que conocemos, disponibles en YouTube, extendía su proceso creativo inventando su propio personaje a través de comentarios que, aquellos que habían olvidado sus experiencias infantiles y se aferraban a su zona de confort, calificaban como provocaciones.

Algunos autores sitúan una pequeña zona de miedo entre cada una de las zonas que he comentado, pero creo que es, simplemente, rizar el rizo y que es normal, y puede que placentero, vivir una excitación, ante un cambio, provocada por la incertidumbre.

Y ahora traslademos todo esto a la organización. Si una organización, a través de su cultura corporativa o del jefe que la representa, provoca tensiones emocionales basadas en el miedo impedirá que sus miembros salgan de su zona de confort. Mensajes como «no la fastidies», «el que la fastidia lo paga», «si no la fastidias te voy a ascender» y «ojo que tú eres responsable de lo que pase», o actitudes como el castigo al disruptivo y el hipercontrol, son perfectas para crear grupos de acomodados y evitar cambios.

Pero ¿qué pasaría si una cultura corporativa o un líder provocara en nosotros una tensión creativa que nos llevara a la zona mágica y supiera mantenernos en ella? Pues bien, eso existe y se llama liderazgo creativo. Próximamente desarrollaremos este concepto, pero quedémonos con la siguiente pregunta: ¿qué es más productivo o eficiente para la organización: crear tensiones emocionales o tensiones creativas? 😉